¿Alguna vez te has planteado si la inteligencia está relacionada con el éxito? Cuanto más Cociente Intelectual (CI), más posibilidades de éxito, esto parece lo más lógico, ¿no?. Pues era lo que pensaba Lewis Terman quien, convencido de ello, intentó demostrarlo, aunque terminó comprobando que la relación entre las dos variables no era como él pensaba.
Lewis Terman (1877, Indiana – 1956, California) fue un profesor de Psicología de la Universidad de Stanford. Terman estaba especializado en pruebas de inteligencia que miden el CI.
“No hay nada tan importante sobre un individuo como su CI, excepto posiblemente su moralidad. Y entre aquellos con un CI muy alto es donde debemos buscar líderes que hagan avanzar la ciencia, el arte, la política, la educación y la asistencia social en general.” –Lewis Terman
Con esta creencia, el psicólogo de Indiana, decidió poner en el centro de su carrera el estudio de los más dotados, para buscar a los líderes del mañana. Para ello, seleccionó a los alumnos más brillantes de las escuelas primarias de California. De una muestra de 25.000 alumnos, acabó seleccionando a 1.470, cuyos CI se situaban por encima de 140. A aquel grupo de genios de los conocía como “los Termitas”.
Pero lo que descubrió no fue lo que esperaba: la relación entre el éxito y el CI funciona solo hasta cierto punto. Lo pudimos comprobar en la historia de Chris Langan quien, pese a tener un CI muy por encima de la media, incluso de grandes nombres, como Albert Einstein o Stephen Hawking, no llegó a alzarse con ningún premio, ni ser el padre de ninguna teoría ni descubrimiento.
Cuando el CI alcanza los 120 puntos, todos los puntos adicionales no parecen traducirse a una ventaja significativa a la hora de desenvolverse en el mundo real, en la vida cotidiana. A partir de ese valor, otros componentes pasan a tener más importancia y ser más determinantes a la hora de conseguir éxito como, por ejemplo, ciertos rasgos de la personalidad y el carácter, pero también el entorno.
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Y ese fue el error de Terman, partió de esto:
“Si yo tuviera poderes mágicos y le ofreciera elevar su CI en 30 puntos, usted aceptaría, ¿verdad? Supondría que eso le ayudaría a llegar más lejos en la vida.” –Lewis Terman.
Se enamoró de que sus Termitas estuvieran en la cúspide absoluta de la escala intelectual, pero se olvidó de que existen más factores que intervienen en el éxito. Como decía él, si con una varita mágica consiguiera sumarnos 30 puntos de CI, eso no nos aseguraría el éxito.
Cuando los Termitas alcanzaron la edad adulta, el error de Terman se evidenció. Pocos de estos genios eran figuras conocidas a escala nacional. Aunque su nivel de vida era alto, tampoco lo era tanto. De hecho, las carreras profesionales de la mayoría fueron normales y corrientes; incluso, las de un número sorprendente de ellos fueron fracasadas, hecho que hasta el propio Terman tuvo que admitir. Tampoco hubo ningún premio Nobel en su grupo de genios.
Terman concluyó, en su cuarto volumen de Estudios genéticos del genio, que “hemos visto que el intelecto y el éxito están muy lejos de correlacionarse perfectamente” y borró la palabra genio de su vocabulario.
La lección de Terman:
No fue un fracaso este experimento, fue un éxito porque descubrió algo desconocido hasta ese momento. Simplemente no se encontraron los resultados que se esperaban. Su hipótesis quedó invalidada, para descubrir la realidad.
Hemos hablado de tener éxito, no de ser felices. Pueden coincidir pero no hay que confundir.
No hay un único factor que determine el éxito. Estaría bien dejar de sobrevalorar a jóvenes promesas, solo porque destacan en un aspecto concreto, mientras obviamos todos los demás. No les hacemos ningún favor.