Durante la guerra de Corea (1950 – 1953), una unidad de la Fuerza Aérea estaba realizando un entrenamiento rutinario de lanzamiento de paracaídas. Un día, sin embargo, no había suficientes paracaídas para diestros y la solución fue que algunos de ellos utilizaran un paracaídas para zurdos.
La única diferencia entre los dos paracaídas es que el cordón para abrirlo, cuelga del otro lado del arnés, pero su funcionamiento es exactamente el mismo.
El sargento de artillería les aseguró: “es igual que los otros, pero el cordón para abrirlo cuelga el lado izquierdo. Ustedes podrán abrirlo con cualquier mano, pero es más fácil hacerlo con la izquierda”.
Dicho esto, el equipo subió al avión, se elevaron a ocho mil pies (2438,4 metros) y saltaron sobre el área de blanco uno detrás de otro. Al principio todo fue bien, todos supieron abrir el paracaídas y aterrizar sin problemas. Pero luego hubo un paracaidista que nunca abrió su paracaídas y murió al caer directamente sobre el desierto.
¿Qué pasó? Un equipo investigador fue enviado para determinar por qué no se había abierto el paracaídas. Descubrieron que el lado derecho de su uniforme, donde hubiese estado el cordón de un paracaídas para diestros, estaba completamente rasgado. Hasta tal punto que se había abierto tajos en el pecho con su mano derecha ensangrentada.
Pero el paracaídas no era defectuoso, ni había tenido ningún problema para abrirse. Simplemente le habían dado un paracaídas para zurdos y este soldado era diestro. Unos centímetros a la izquierda de sus heridas estaba el cordón, intacto. Ni lo había tocado, a pesar de que el sargento les había avisado de que el funcionamiento era el mismo, simplemente estaba en el otro lado.
¿Entonces? El problema había sido que el hombre se obsesionó con la idea de que para abrir el paracaídas debía encontrar el cordón en el lugar en el que acostumbraba a hacerlo, es decir, en el derecho. Todo esto mientras caía, en una situación límite. El miedo fue tan intenso que le cegó, a pesar de que la salvación estaba a su alcance, apenas a unos centímetros de su mano.
La lección del Paracaidista de Guerra:
Cuando el miedo exige tanta atención que nos absorbe del resto de la realidad, se puede convertir en un problema, porque nos paraliza, nos limita las opciones y nos perjudica la toma de decisiones.
Que las cosas siempre hayan sido de una manera, no significa que no puedan cambiar. ¿Estamos preparados para ello? Muchas veces, como en esta historia, ni aún sabiéndolo por avanzado.
Tenemos la capacidad de multiplicar el miedo, aunque sea irreal, porque nosotros lo hacemos real. Y esto es muy peligroso si no sabemos gestionarlo, porque entonces el problema pasa de estar en la situación o entorno, a estar en nosotros. Y de ahí no salimos.
La realidad no es siempre la que a nosotros nos gusta, y aunque podemos engañarnos tanto como queramos, el reto es leerla, saber interpretarla y luego adaptarse, para entonces sí, poder dirigir o redirigir nuestro camino.