Por qué unas personas tienen éxito y otras no

Introducción

La gente no se eleva de la nada. Sí debemos algo a la familia y al patrocinio. Marca una diferencia dónde y cuándo nos criamos. La cultura a la que pertenecemos y la herencia de nuestros antepasados conforman el modelo de nuestros logros de maneras que no podemos comenzar a imaginarnos. En otras palabras, no basta con preguntarnos cómo es la gente que tiene éxito. Sólo preguntándonos de donde son podremos desentrañar la lógica que subyace a quién tiene éxito y quién no.

Los biólogos suelen hablar de la “ecología” de un organismo: el roble más alto del bosque es el más alto no sólo por haber nacido de la bellota más resistente, sino también porque ningún otro árbol le bloqueó la luz del Sol, porque el subsuelo que rodeaba sus raíces era profundo y rico, porque ningún conejo le mordisqueó la corteza cuando era un tallo joven ni ningún leñador lo taló antes de que madurara. Sabemos que la gente exitosa viene de semillas robustas. Pero ¿sabemos bastante sobre la luz del Sol que la calentó, del suelo en el que hundió sus raíces y los conejos y leñadores que tuvo la fortuna de evitar?

Parte 1: La Oportunidad

1. La fecha de nacimiento VS La edad relativa

No se puede comprar un sitio en la liga Major Junior A de hockey de Canadá. No importa quién se tenga por padre o madre, quién fuera el abuelo de uno ni en qué negocio está su familia, como tampoco importa si vive en la esquina más remota de la provincia más septentrional de Canadá. Si es un jugador de hockey digno de ese nombre, la enorme red de cazatalentos le encontrará; y si está dispuesto a trabajar para desarrollar esa capacidad, el sistema le recompensará. El éxito en el hockey está basado en el mérito individual.

Tomando el ejemplo del hockey, en Canadá la fecha de corte para seleccionar jugadores de hockey es un grupo de edad es el 1 de enero. Así, un muchacho que cumpla diez años el 2 de enero podría estar jugando con alguien que no cumple los diez hasta finales de año; y a esa edad, en la preadolescencia, doce meses más o menos pueden significar una enorme diferencia de madurez física.

Tratándose de Canadá, el país más enloquecido con el hockey, los entrenadores comienzan a seleccionar a jugadores para la selección nacional a los nueve o diez años; y, desde luego, es más probable que se fijen en los jugadores más grandes y mejor coordinados, que se benefician de unos meses suplementarios cruciales para su madurez.

¿Y qué pasa cuando a un jugador lo eligen para la selección? Que recibe el mejor entrenamiento, que sus compañeros de equipo son los mejores y que juega cincuenta o setenta y cinco partidos por temporada en vez de veinte, como los que deambulan por divisiones de menos brillo, así que practica el doble o hasta el triple que si no hubiera sido seleccionado. Al principio, su ventaja no es tanto el que él sea intrínsecamente mejor, sino sólo que es un poco más viejo. Pero a los trece o catorce años, con la ventaja de un mejor entrenamiento y toda la experiencia adquirida, realmente es mejor, lo que le da más probabilidades de llegar a la liga Major Junior A, y de allí a las ligas grandes.

Barnsley argumenta que estos sesgos en las distribuciones por edades se producen siempre que concurran tres factores: selección, clasificación y experiencia diferenciada.

Recientemente, dos economistas –Kelly Bedard y Elizabeth Dhuey- estudiaban la relación entre puntuaciones en lo que se llama Tendencias de Matemática Internacional y Estudios Científicos o TIMSS (un control de matemáticas y ciencias hecho cada cuatro años por niños en muchos países de todo el mundo) y el mes de nacimiento. Encontraron que, entre los alumnos de cuarto grado, los niños obtenían notas entre cuatro y doce puntos porcentuales mejores que los niños más jóvenes. Esto, como explica Dhuey, es un efecto enorme. Significa que, si se examina a dos alumnos de cuarto intelectualmente equivalentes que cumplan años en fechas mutuamente opuestas respecto de la fecha de corte, el estudiante más viejo podría obtener un 8, mientras el más joven se anotaría un 6,8. La diferencia entre acceder o no a un programa de excelencia.

Es igual que en los deportes –explica Dhuey-. Discriminamos grupos según su capacidad ya desde la niñez. Tenemos grupos avanzados de lectura y grupos avanzados de matemáticas. Ya en el jardín de infancia se hacen clasificaciones que confunden la madurez con la capacidad. Así, se destina a los niños más viejos a la corriente avanzada, donde mejoraran sus habilidades; y al próximo año, como están en los grupos avanzados, sus resultados son aún mejores; y al próximo vuelve a ocurrir lo mismo, y ellos mejoran su progresión. El único país donde no se reproduce este modelo es Dinamarca. Allí la política nacional no contempla ninguna división en grupos según capacidad, hasta los diez años de edad. En otras palabras, en Dinamarca se aplaza la selección hasta que se hayan nivelado las diferencias de madurez debidas a la edad relativa.

Son los exitosos, en otras palabras, los que tienen más probabilidades de recibir el tipo de oportunidad especial que conduce a ahonda en el éxito. Los mejores estudiantes obtienen la mejor enseñanza y la mayor parte de la atención. Y los niños más grandes entre los nueve y diez años, son los que acceden al mejor entrenamiento práctico. El éxito resulta de lo que a los sociólogos les gusta llamar ventaja acumulativa. El jugador de hockey profesional comienza un poquito mejor que sus pares. Y esa poquita diferencia le conduce a una oportunidad que de verdad marca la diferencia: y, a su vez, ello conduce a la oportunidad, que agranda más aún la que al principio era una diferencia tan pequeña, y así hasta que nuestro jugador de hockey se convierte en un verdadero fuera de serie. Pero él no empezó como fuera de serie. Simplemente empezó un poquito mejor.

Abrazamos la idea de que el éxito obedece a una función simple de mérito individual, como si el mundo en que crecemos y las reglas que rigen la sociedad no importasen en absoluto.

Los más ricos de la historia y su edad relativa:

Cogiendo las 75 personas más ricas de la historia de la humanidad, según la revista Forbes, 14 de ellas nacieron en un lapso de nueve años, a mediados del siglo XIX. Casi el 20% de los nombres que figuran en la lista, proceden de una sola generación de un mismo país:

1. John D. Rockefeller (1839)

2. Andrew Carnegie (1835)

28. Frederick Weyerhaeuser (1834)

33. Jay Gould (1836)

34. Marshall Field (1835)

35. George F. Baker (1840)

36. Hetty Green (1834)

44. James G. Fair (1831)

54. Henry H. Rogers (1840)

57. J. P. Morgan (1837)

58. Oliver H. Payne (1839)

62. George Pullman (1831)

64. Peter Arrell Brown Widener (1834)

65. Philip Danforth Armour (1832)

¿Qué pasa aquí? La respuesta es obvia si uno piensa en ello: en los años 1860 y 1870, la economía americana experimentó quizás la mayor transformación de su historia. Fue cuando se construyeron los ferrocarriles y surgió Wall Street, cuando la fabricación industrial comenzaba en serio, cuando todas las reglas que habían regido la economía tradicional se rompieron para rehacerse de nuevo. Lo que esta dice es que realmente importa cuántos años tiene uno cuando se produce una transformación así.

Los nacidos a finales de la década de 1840 se lo perdieron. Eran demasiado jóvenes para aprovechar aquel momento. Pero los nacidos en la de 1820 eran demasiado viejos: tenían la mentalidad formada con el paradigma de la época anterior a la guerra de Secesión. Sin embargo, había una ventana particularmente estrecha, de nueve años, que era perfecta para ver el potencial que encerraba el futuro. Los catorce de la lista tenían visión y talento. Pero también tuvieron una oportunidad asombrosa, de la misma manera que los jugadores de hockey y fútbol nacidos en enero, febrero y marzo gozan de una ventaja extraordinaria.

2. La regla de las 10.000 horas

La pregunta es: ¿existe el talento innato? La respuesta obvia es que sí. No todo jugador de hockey nacido en enero termina por jugar en el nivel profesional. Sólo algunos lo consiguen: los naturalmente talentosos. El éxito es talento más preparación. El problema de este punto de vista es que, cuanto más miran los psicólogos las carreras de los mejor dotados, menor les parece el papel del talento innato; y mayor el que desempeña la preparación.

Una vez que un músico ha demostrado capacidad suficiente para ingresar en una academia superior de música, lo que distingue a un intérprete virtuoso de otro mediocre es el esfuerzo que cada uno dedica a practicar.

La idea de que la excelencia en la realización de una tarea compleja requiere un mínimo dado de práctica, expresado como valor umbral, se abre paso una y otra vez en los estudios sobre la maestría. De hecho, los investigadores se han decidido por lo que ellos consideran es el número mágico de la verdadera maestría: diez mil horas.

Parece que el cerebro necesita todo ese tiempo para asimilar cuanto necesita conocer para alcanzar un dominio verdadero.

Normalmente, a los prodigios nacidos tardíamente, no los escogen para la selección cuando tienen ocho años porque son demasiado pequeños para su edad; y así no se consigue práctica suplementaria. Y sin esta práctica suplementaria, no tienen ninguna posibilidad de haber jugado diez mil horas cuando los equipos profesionales de hockey comienzan a buscar jugadores. Y sin diez mil horas en su haber, no hay modo de que lleguen a dominar las capacidades necesarias para juzgar el nivel superior. Ni siquiera Mozart –el mayor prodigio musical de todos los tiempos- pilló una racha buena hasta que tuvo diez mil horas en su haber. La práctica no es lo que uno hace cuando es bueno. Es lo que uno hace para volverse bueno.

Antes de poder convertirse en un experto, alguien tuvo que darle la oportunidad de aprender a ser un experto.

Las 10.000 horas y los Beatles:

Tocaban en Liverpool, pero les invitaron a tocar en Hamburgo (Alemania). En Hamburgo no había clubes de música dedicados al rock and roll, y a un empresario se le ocurrió la idea de llevar grupos de rock a tocar en varios clubes. Tenían esta fórmula. Era un enorme espectáculo ininterrumpido, con mucha gente entrando y saliendo a todas horas. Y las bandas tocaban todo el tiempo para atraer a ese flujo humano.

Íbamos mejorando y ganando en confianza. Era inevitable, con toda la experiencia que daba tocar toda la noche. Y al ser extranjeros, teníamos que trabajar aún más duro, poner todo el corazón y el alma para que nos escucharan.

En Liverpool, las sesiones sólo duraban una hora, así que sólo tocábamos las mejores canciones, siempre las mismas. En Hamburgo teníamos que tocar ocho horas, así que no teníamos más remedio que encontrar otra forma de tocar.” John Lennon, hablando sobre las actuaciones en Hamburgo.

3. El cociente intelectual, inteligencia práctica y entorno familiar

Hasta ahora hemos visto que los logros extraordinarios obedecen menos al talento que a la oportunidad.

Según el psicólogo británico Liam Hudson, se ha demostrado fehacientemente que alguien con un CI de 170 tiene más probabilidades de pensar de manera eficiente que alguien cuyo CI es 70. Y esto sigue valiendo aunque se trate de una comparación mucho más cercana, digamos entre los cocientes 100 y 130. Pero la relación parece romperse cuando uno establece comparaciones entre dos personas que presenten valores relativamente altos en ambos cocientes. Un científico maduro con un CI adulto de 130 tiene tantas posibilidades de ganar un premio Nobel como otro cuyo CI sea 180. La inteligencia tiene un valor umbral, y en el CI parece estar alrededor de 120. A partir de esa cifra, son otros aspectos de la personalidad y el carácter los que pasan a ser más determinantes.

Los últimos 25 últimos estadounidenses galardonados con el premio Nobel de Medicina, provienen de 24 universidades diferentes. Obviamente aparecen las universidades más prestigiosas, pero también otras que simplemente están en la categoría de “buenas universidades” sin ser las mejores.  Así que podríamos decir que para ganar el Nobel, hay que ser lo bastante listo para entrar en una facultad al menos buena. Con eso basta. Otra vez volvemos al umbral mínimo.

Si la inteligencia importa sólo hasta cierto punto, entonces, una vez sobrepasado aquel punto, otras cosas –que no tienen nada que ver con la inteligencia- deben empezar a importar más. Así pues, ¿cuáles podrían ser algunas de estas otras cosas?

Los test de CI miden la convergencia para encontrar una respuesta correcta y universal. Pero la mente también trabaja en divergencia y esto es igual de relevante. Las pruebas de divergencia, no miden la inteligencia analítica, sino algo mucho más cercano a la creatividad. Es preciso recurrir a la imaginación y dirigir la mente en tantas direcciones como sea posible. Es obvio que en las pruebas de divergencia no hay una sola respuesta correcta, pero son igual de exigentes que las de convergencia.

Ejemplo de prueba de divergencia:

“Escriba todos los usos diferentes que se le ocurran para los siguientes objetos:

1. Un ladrillo

2. Una manta”

Por otro lado, existe la inteligencia práctica, explicada por el psicólogo Robert Sternberg, y que incluye cosas como “saber qué decir a quien, saber cuándo decirlo y saber cómo decirlo para lograr el máximo efecto”. Es una cuestión de procedimiento: se trata de saber cómo hacer algo, no necesariamente de saber por qué se sabe ni ser capaz de explicarlo. Es algo de naturaleza práctica: no es un conocimiento que se justifique a sí mismo. Es el tipo de conocimiento que ayuda a leer situaciones correctamente y a conseguir lo que uno quiere.El cuarto factor de este apartado y que tiene el poder de moldear todos los anteriores, es el entorno familiar. Y dentro del entorno familiar, entre otras cosas, como se desarrolla, o no, la conciencia de derecho. Esto quiere decir, tener la actitud adecuada para el éxito en el mundo moderno. Si alguien tiene un padre que ha hecho fortuna en el mundo de los negocios, conocerá de primera mano lo que significa negociar la salida de un lugar comprometido. Si de niño ya pasó por la Ethical Culture School, no le apabullará un tribunal disciplinario de rectores, por muy de Cambridge que sea. Si estudió física en Harvard, sabe cómo dirigirse a un general del Ejército que estudió ingeniería en la facultad de al lado.

Parte 2: La Herencia

1. La herencia cultural

Hemos visto que el éxito proviene de la acumulación estable de ventajas: cuándo y dónde se nace, a qué se dedican los padres, cuáles son las circunstancias educativas, etc. Todo esto marca una diferencia significativa en lo bien que nos vaya a ir en la vida.  Pero también nos planteamos si las tradiciones y actitudes que heredamos de nuestros antepasados pueden desempeñar el mismo papel. ¿Podemos aprender algo sobre por qué la gente tiene éxito y cómo hacer que las personas sean mejores en lo que hacen tomando la herencia cultural en serio? Yo creo que sí.

La clase de cultura que se desarrolla alrededor del pastoreo es muy diferente de la cultura que se desarrolla alrededor de la agricultura. La supervivencia de un labrador depende de la cooperación con los demás dentro de la comunidad. Pero un pastor está solo. 

Un labrador tampoco tiene que preocuparse de que le roben el sustento por la noche, porque no es fácil robar cosechas, a no ser, por supuesto, que el ladrón quiera molestarse en cosechar un campo entero él solo antes de ser descubierto. Pero un pastor sí que tiene que preocuparse. Está bajo constante amenaza de ruina por la pérdida de sus animales. Así que tiene que ser agresivo: tiene que aclarar, con palabras y con hechos, que no es un hombre débil. Tiene que estar dispuesto a luchar en respuesta al menor desafío a su reputación.

La hipótesis de la herencia cultural, nos dice cuánto importa de dónde viene uno, no solamente en términos de dónde creció o dónde se criaron sus padres, sino también en términos de dónde se criaron sus bisabuelos, sus tatarabuelos y hasta los abuelos de estos últimos. Se trata de un hecho extraño y poderoso.

2. Diferencias Culturales y Jerarquías

En un número apabullante de choques de avión, éste lleva retraso, y por eso los pilotos van con prisa. En el 52% de los choques, en el momento del accidente el piloto llevaba despierto doce horas o más, lo cual significa que está cansado y no piensa con tanta claridad. El 44% de las veces era la primera vez que los pilotos volaban juntos, y eso quiere decir que no se sienten cómodos el uno con el otro. Entonces comienzan los errores y, no sólo uno. Un típico accidente comprende siete errores humanos consecutivos. Uno de los pilotos hace algo mal que por sí mismo no es un problema. Luego, otro comete otro error que, combinado con el primero, todavía no supone una catástrofe. Pero después cometen un tercer error, y luego otro y otro y otro y otro, y es la combinación de todos esos errores lo que conduce al desastre.

Estos siete errores, además, rara vez son problemas de conocimientos o de destreza en el vuelo. No es que el piloto tenga que realizar una maniobra técnica crucial y falle. La clase de errores que causan los accidentes de avión suelen ser invariablemente de trabajo en equipo y de comunicación. Un piloto sabe algo importante y por algún motivo no se lo dice al otro. Un piloto hace algo mal y el otro piloto no se percata del error. Hay que resolver una situación difícil dando una compleja serie de pasos, y por alguna razón los pilotos no logran coordinarse y olvidan uno de los pasos.

Ute Fischer y Judith Orasanu, hicieron un estudio donde planteaban un problema a un grupo de capitanes y copilotos durante un trayecto. La gran mayoría de los capitanes dijeron que en esa situación darían directamente una orden, por ejemplo: “Gire treinta grados a la derecha”. En este caso, estarían hablando con un subordinado y no tendrán miedo de resultar bruscos. Los copilotos, en cambio, se estarían dirigiendo a su jefe, y por eso escogieron en su gran mayoría una alternativa más mitigada, una indirecta.

El discurso mitigado es la tentativa de minimizar o suavizar el significado de lo que se dice. Lo hacemos cuando somos corteses, cuando nos avergonzamos o cuando estamos siendo respetuosos con la autoridad.

La mitigación explica una de las grandes anomalías de los accidentes de avión. En las líneas aéreas comerciales, los capitanes y los copilotos se reparten las tareas a partes iguales. Pero históricamente ha sido mucho más probable que ocurra un accidente cuando el capitán está en el asiento del piloto. Puede parecer que eso no tiene sentido, ya que es el capitán es casi siempre el piloto con más experiencia. Pero la realidad es que los aviones son más seguros cuando el piloto menos experimentado los dirige, por que en ese caso, el copiloto no va a tener miedo de hablar, dar instrucciones o corregir.

El psicólogo holandés Geert Hofstede sostenía, que se pueden clasificar las culturas según la confianza que éstas tengan en que el individuo cuide de sí mismo. Llamaba a eso “Escala de individualismo versus colectivismo”. El país que se encuentra en lo más alto del individualismo en esa escala es EEUU, lo que no es de extrañar, ya que es también el único país industrializado del mundo que no proporciona a sus ciudadanos asistencia médica universal. En el extremo opuesto de la escala se encuentra Guatemala.

Otra de las dimensiones de Hofstede es la “Evasión de la incertidumbre”. ¿Hasta qué punto una cultura tolera la ambigüedad? Los primeros cinco países que más confían en las reglas, los planes y los procedimientos, independientemente de cuáles sean las circunstancias son: 1. Grecia 2. Portugal 3. Guatemala 4. Uruguay 5. Bélgica. Los cinco últimos de la lista, es decir, las culturas más capaces de tolerar la incertidumbre son: Hong Kong, Suecia, Dinamarca, Jamaica y Singapur.

De todas las dimensiones de Hofstede, la más interesante quizá sea el “Índice de distancia al poder” (IDP). La distancia al poder está relacionada con las actitudes hacia la jerarquía, en concreto con cuánto valora y respeta la autoridad una cultura en particular.

La pregunta de Hofstede sobre la distancia de poder: «¿Con qué frecuencia, en su experiencia, se da el siguiente problema: los empleados tienen miedo de expresar su desacuerdo con los gerentes?”, era la misma pregunta que los expertos de aviación hacían a los copilotos. El trabajo de Hofstede apuntaba a que la tarea de convencer a los copilotos para hacerse valer, iba a depender terriblemente del índice de distancia al poder de su cultura.

No podemos pretender que cada uno de nosotros es producto únicamente de su vida y experiencia propias. Cuando obviamos la cultura, los aviones se estrellan.

3. Planteamientos Culturales, Cultura del Esfuerzo y Sacrificio

Los niños asiáticos aprenden a contar mucho más rápido que los occidentales. Los niños chinos de cuatro años saben contar, por regla general, hasta cuarenta. Los niños estadounidenses de esa edad sólo saben contar hasta quince, y la mayoría no alcanza a contar cuarenta hasta cumplir cinco años.

La regularidad de su sistema numeral también significa que los niños asiáticos pueden realizar operaciones básicas, como la suma, con mucha más facilidad. El sistema asiático es transparente, y parece que este hecho determina una actitud completamente distinta hacia las matemáticas. En vez de ser una materia que sólo se puede estudiar de memoria, presenta un modelo inteligible. Hay una expectativa de poder resolver la operación, de que ésta tenga sentido. Para expresar fracciones, decimos, por ejemplo, “tres quintos”. En chino se dice literalmente “de cinco partes, tomar tres”, que explica lo que es una fracción diferenciando conceptualmente entre denominador y numerador.

Las diferencias entre los sistemas numerales de Oriente y Occidente sugieren que la capacidad de resolver problemas de aritmética también puede ser algo arraigado en la cultura de un grupo. La herencia cultural importa; y una vez que hemos visto el sorprendente efecto de cosas tales como la distancia al poder o el hecho de poder expresarse en un cuarto de segundo en lugar de invertir un tercio o una mitad, no es difícil preguntarse qué otras herencias culturales tendrán un impacto sobre nuestras tareas intelectuales del siglo XXI.

La agricultura occidental ha tenido una orientación mecanicista. En Occidente, si un granjero quería ganar en eficiencia o aumentar su producción, incorporaba un equipo cada vez más sofisticado, lo que le permitía sustituir la tracción humana por el trabajo mecánico: trilladoras, enfardadoras, cosechadoras, tractores. Limpiaba otro campo y aumentaba su área de cultivo, porque ahora su maquinaria le permitía trabajar más tierra con el mismo esfuerzo. Pero en Japón o China, los agricultores no tenían dinero para invertir en equipo. Tampoco abundaban las tierras que pudieran convertirse fácilmente en nuevos campos. De modo que los cultivadores de arroz mejoraban su producción a base de inteligencia, gestionaban mejor su propio tiempo y hacían elecciones acertadas. Como ha expuesto la antropóloga Francesca Bray, la agricultura del arroz fomenta el desarrollo de habilidades: si uno está dispuesto a escardar con un poco más de diligencia, a fertilizar con más criterio, a pasar un poco más de tiempo supervisando los niveles de agua, a esforzarse un poco más en mantener la capa de arcilla absolutamente nivelada, recogerá una cosecha más grande. No es sorprendente que, a lo largo de la historia, los que cultivaban arroz, siempre trabajaban más que casi cualquier otra clase de agricultor.

Uno de los dichos populares de los campesinos orientales es: “Trescientos sesenta días al año levántate antes del amanecer y la prosperidad de tu familia llegarás a ver”. Si, 360 días. Para casi cualquiera que no viva en un arrozal, este proverbio resulta inconcebible. Ésta no es, desde luego, una observación desconocida sobre la cultura asiática. Vaya a cualquier campus universitario y los estudiantes le dirán que los alumnos asiáticos tienen fama de quedarse estudiando en la biblioteca mucho después de que todos los demás se hayan marchado. Algunas personas de origen asiático se ofenden cuando la gente habla de su cultura en estos términos, porque sienten que este estereotipo es una forma de menosprecio. Pero la fe en el trabajo debería ser un atributo de belleza. Prácticamente todos los casos de éxito que hemos visto en este libro hasta ahora implicaban a un individuo o grupo que trabaja más que sus pares.

El trabajo realmente duro es una constante entre la gente de éxito; y el genio de la cultura formada en el arrozal es que aquel trabajo duro dio a los que sufrían en los campos un modo de encontrar sentido en medio de su incertidumbre y su pobreza. Aquella lección ha servido a los asiáticos para encarar con éxito muchos esfuerzos, pero rara vez se ha revelado su utilidad con tanta perfección como en el caso de las matemáticas.

Los países cuyos estudiantes están dispuestos a permanecer inmóviles el tiempo suficiente para enfocar la contestación a cada pregunta de un cuestionario infinito son los mismos países cuyos estudiantes hacen el mejor trabajo a la hora de solucionar problemas de matemáticas.

Pensemos en esto desde otro ángulo: imaginemos que todos los años se celebraran unas olimpiadas de las matemáticas en alguna ciudad fabulosa del mundo. Y que cada país enviara su propio equipo de mil alumnos de octavo. Erling Boe dice que podríamos predecir con precisión el orden de cada país en el medallero sin hacerles una sola pregunta de matemáticas. Todo cuanto tendríamos que hacer es encomendarles alguna tarea que permitiera medir cuán duro estaban dispuestos a trabajar. De hecho, ni siquiera tendríamos que encargarles una tarea. Deberíamos ser capaces de predecir qué países son los mejores en matemáticas simplemente observando qué culturas nacionales enfatizan más el esfuerzo y el trabajo duro.

4. Constancia, Recursos y Entorno estimulante

El sociólogo Karl Alexander sugiere que el debate educativo en Estados Unidos está obsoleto. Se dedica una enorme cantidad de tiempo a hablar sobre las ratios profesor-alumno, reescribir los planes de estudios, comprar un flamante ordenador portátil para cada estudiante  y aumentar indefinidamente el gasto en educación, de todo lo cual se presume que hay algo fundamentalmente erróneo en el funcionamiento de la enseñanza. Pero la realidad es que el periodo de verano, precisamente el que no hay escuela, es determinante. Comprobaron que los niños con mejor situación económica vuelven en septiembre con sus notas en lectura 15 puntos por encima. En cambio, los niños más pobres vuelven de las vacaciones y sus calificaciones en lectura han caído casi 4 puntos. Puede que los niños pobres aprendan más que los niños ricos durante el año escolar, pero durante el verano se quedan atrás. Probablemente, la oferta de ocio, académica y cultural en cada casa sea muy diferente.

Alexander ha hecho un cálculo muy simple para demostrar que pasaría si los niños de Baltimore fueran a la escuela durante todo el año. La respuesta es que, hacia el final de la escuela primaria, los niños pobres y ricos estarían prácticamente a la par en matemáticas y lectura.

De pronto las causas de la superioridad asiática en matemáticas se vuelve aún más obvias. Los estudiantes de las escuelas asiáticas no tienen largas vacaciones de verano. ¿Para qué? Las culturas que creen que el camino al éxito pasa por levantarse antes del alba 360 días al año no van a dar tres meses consecutivos de ocio a sus niños durante el verano. En Estados Unidos el año escolar dura, por regla general, 180 días. En Corea del Sur son 220 días. El año escolar japonés dura 243 días.

Síntesis / Conclusión Final

No es el más brillante quien tiene éxito. Tampoco es el éxito una suma llana y simple de las decisiones y esfuerzos que emprendemos motu propio. Más bien es un don. Nuestros fuera de serie se caracterizan por haber disfrutado de oportunidades… y haber tenido la fuerza y el ánimo de aprovecharlas.

Miramos a Bill Gates y nos maravillamos de vivir en un mundo que da a un chico de trece años la llave para convertirse en un empresario fabulosamente exitoso. Pero ésa es la lección incorrecta. En 1968 sólo había un chico de trece años al que nuestro mundo le permitió acceder ilimitadamente a una terminal a tiempo completo. Si un millón de adolescentes hubiera gozado de la misma oportunidad, ¿cuántos Microsofts más tendríamos hoy? Para construir un mundo mejor, es preciso que sustituyamos el patrón de los golpes de suerte y las ventajas arbitrarias que hoy determinan el éxito, por una sociedad que ofrezca oportunidades a todos. El mundo podría ser mucho más rico que éste con el que nos hemos conformado.

Es imposible que un fuera de serie, mire hacia abajo desde su pedestal y diga, sin mentir: “Todo esto lo hice solo”. Todos son producto de sus historia y de su comunidad, de las oportunidades que tuvieron y la herencia recibida. Su éxito no es excepcional ni misterioso. Se cimienta en una red de ventajas y herencias, unas merecidas y otras no, unas ganadas con esfuerzo y otras mero producto de la fortuna; pero todas cruciales para hacerles ser lo que son. El fuera de serie, al final, no es fuera de serie en absoluto.

Cuadro Resumen sobre los Factores más determinantes a la hora de construir un Fuera de Serie, y por tanto, tener éxito: