El impacto de lo altamente improbable

Prólogo

Antes del descubrimiento de Australia, las personas del Viejo Mundo estaban convencidas de que todos los cisnes eran blancos, una creencia irrefutable pues parecía que las pruebas empíricas la confirmaban en su totalidad. La visión del primer cisne negro pudo ser una sorpresa interesante para unos pocos ornitólogos, pero la importancia de la historia no radica aquí. Este hecho ilustra una grave limitación de nuestro aprendizaje a partir de la observación o la experiencia, y la fragilidad de nuestro conocimiento.

Una sola observación puede invalidar una afirmación generalizada derivada de milenios de visiones confirmatorias de millones de cisnes blancos. Todo lo que se necesita es una sola ave negra.

Un Cisne Negro (suceso aparentemente improbable) tiene tres atributos:

1. Rareza: Habita fuera del reino de expectativas habituales, porque nada del pasado puede apuntar de forma convincente a su posibilidad.

2. Impacto: Suele ser muy elevado porque no estábamos preparados para ello.

3. Explicación: Inventamos para intentar entender, con lo que se hace más explicable y predecible, a posteriori.

Rareza, impacto extremo y predictibilidad retrospectiva (no prospectiva). Una pequeña cantidad de Cisnes Negros explica casi todo lo concerniente a nuestro mundo, desde el éxito de las ideas y las religiones hasta la dinámica de los acontecimientos históricos y los elementos de nuestra propia vida personal.

La idea principal de este libro es nuestra ceguera respecto a lo aleatorio.

Es fácil darse cuenta de que la vida es el efecto acumulativo de un puñado de impactos importantes. No es tan difícil identificar la función de los Cisnes Negros desde el propio sillón. Hagamos el siguiente ejercicio. Pensemos en nuestra propia existencia. Contemos los sucesos importantes, los cambios tecnológicos y los inventos que han tenido lugar en nuestro entorno desde que nacimos, y comparémoslos con lo que se esperaba antes de su aparición. ¿Cuántos se produjeron siguiendo un programa? Fijémonos en nuestra propia vida, en la elección de una profesión, por ejemplo, o en cuando conocimos a nuestra pareja, en el exilio de nuestro país de origen, en las traiciones con que nos enfrentamos, etc. ¿Con qué frecuencia ocurrió todo esto según un plan preestablecido?

Pensemos en el tsunami que se produjo en el Pacífico en diciembre de 2004. De haber sido esperado, no hubiera causado los daños que causó: las zonas afectadas hubieran estado menos pobladas, se habría instalado un sistema de alarma preventiva. Lo que sabemos realmente no nos puede hacer tanto daño.

Dado que los Cisnes Negros son impredecibles, tenemos que amoldarnos a su existencia (más que ingenuamente tratar de preverlos). Hay muchas cosas que podemos hacer si nos centramos en el autoconocimiento, o en lo que no sabemos. Entre otros muchos beneficios, uno puede dedicarse a buscar Cisnes Negros (del tipo positivo) con el método de la serendipidad, llevando al máximo nuestra exposición a ellos. En efecto, en algunos ámbitos -como el del descubrimiento científico y el de las inversiones de capital- hay una compensación desproporcionada de los desconocido, ya que lo típico es que, de un suceso raro, uno tenga poco que perder y mucho que ganar. Veremos que, contrariamente a lo que se piensa en el ámbito de la ciencia social, casi ningún descubrimiento, ninguna tecnología destacable surgieron del diseño y la planificación: no fueron más que Cisnes Negros. La estrategia de los descubridores y emprendedores es confiar menos en la planificación de arriba-abajo y centrarse al máximo en reconocer las oportunidades cuando se presentan, y juguetear con ellas.

No aprendemos espontáneamente que no aprendemos, que no aprendemos. El problema radica en la estructura de nuestra mente: no aprendemos reglas sino hechos, y sólo hechos. Desdeñamos lo abstracto; lo despreciamos con pasión.

¿A quién se recompensa, al banquero central que evita una recesión o al que acude a “corregir” los fallos de su predecesor y resulta que está ahí durante cierta recuperación económica? ¿Quién tiene mayor valor, el político que evita una guerra o el que empieza una nueva (y tiene la suerte de ganarla)?

Todo el mundo sabe que es más necesaria la prevención que el tratamiento, pero pocos son los que premian los actos preventivos. Glorificamos a quienes dejaron su nombre en los libros de historia a expensas de aquellos contribuyentes de quienes la historia nada dice. Los seres humanos no sólo somos un género superficial, somos un género muy injusto.

Este libro trata de la incertidumbre; para este autor, el suceso raro equivale a la incertidumbre. Puede parecer una declaración categórica -la de que debemos estudiar principalmente los sucesos raros y extremos para poder entender los habituales- pero me voy a explicar:

“Hay dos formas posibles de abordar el fenómeno. La primera es descartar lo extraordinario y centrarse en lo normal. El examinador deja de lado las rareza y estudia los casos corrientes. El segundo enfoque es considerar que, para entender un fenómeno, en primer lugar es necesario considerar los extremos, sobretodo si, como ocurre con el Cisne Negro, conllevan un efecto acumulativo extraordinario.

No me importa particularmente lo habitual. Si queremos hacernos una idea del carácter, los principios éticos y la elegancia personal de alguien, debemos observarle en la prueba que supone pasar por momentos difíciles, no durante el esplendor rosado de la vida cotidiana. ¿Podemos adivinar el peligro de un criminal sólo con observar lo que hace en un día corriente? ¿Podemos entender la salud sin considerar las tremendas enfermedades y epidemias? No hay duda de que, a menudo, lo normal es irrelevante.”

En resumen: en este libro explico que nuestro mundo está dominado por lo extremo, lo desconocido y lo muy improbable (improbable según nuestros conocimientos actuales), y aún así empleamos el tiempo en dedicarnos a hablar de menudencias, centrándonos en lo conocido y en lo repetido. Esto implica la necesidad de usar el suceso extremo como punto de partida y no tratarlo como una excepción que haya que ocultar bajo la alfombra. También digo que a pesar de nuestro progreso y crecimiento, el futuro será progresivamente menos predecible, mientras parece que tanto la naturaleza humana como la ciencia social conspiran para ocultarnos la idea.

Primera Parte: Cómo buscamos la validación

La mente humana padece tres trastornos cuando entra en contacto con la historia, lo que yo llamo el terceto de la opacidad:

1. La ilusión de comprender: Todos pensamos que sabemos lo que pasa en un mundo que es más complicado y aleatorio de lo que creemos.

2. La distorsión retrospectiva: Evaluamos las cosas solo después de los hechos, como si se reflejaran en un retrovisor, de modo que la historia parece más clara y organizada de lo que es.

3. La valoración exagerada de la información: También genera una desventaja cuando las personas eruditas y con autoridad, crean categorías.

Nuestra mente es una magnífica máquina de explicación, capaz de dar sentido a casi todo, hábil para ensartar explicaciones para todo tipo de fenómenos, y generalmente incapaz de aceptar la idea de la impredecibilidad. Ha habido sucesos inexplicables, pero las personas inteligentes pensaban que podían aportar explicaciones convincentes, a posteriori. Además, cuanto más inteligente era la persona, más sólida parecía la explicación. Lo que resulta más inquietante es que todas estas creencias y versiones parecían ser lógicamente coherentes, sin visos de incongruencia alguna.

Creo que no somos más que una gran máquina que mira hacia atrás, y que los seres humanos sepamos engañarnos con tanta facilidad. 

Los sucesos se nos presentan de forma distorsionada. Pensemos en la naturaleza de la información: de los millones, quizá miles de millones, de pequeños hechos que acaecen antes de que se produzca un suceso, resulta que sólo algunos serán después relevantes para nuestra comprensión de los sucedido. Dado que nuestra memoria es limitada y está filtrada, tenderemos a recordar aquellos datos que posteriormente coincidan con los hechos.

Los seres humanos necesitamos la categorización, pero ésta se hace patológica cuando se entiende que la categoría es definitiva, impidiendo así que los individuos consideren las borrosas fronteras de la misma, y no digamos que puedan revisar sus categorías.

El hecho de categorizar siempre produce una reducción de la auténtica complejidad. Es una manifestación del generador del Cisne Negro, esa platonicidad inquebrantable que definía en el prólogo. Cualquier reducción del mundo que nos rodea puede tener unas consecuencias explosivas, ya que descarta algunas fuentes de incertidumbre, y nos empuja a malinterpretar el tejido del mundo. 

Hay una diferencia entre aquello que es escalable y lo que no lo es. J. K. Rowling, la creadora de Harry Potter, no tiene que escribir de nuevo sus novelas cada vez que alguien quiere leerlas. Pero no le ocurre lo mismo a un panadero: éste tiene que hacer todas y cada una de las barras de pan para atender a todos y cada uno de los clientes.

Esta distinción entre escalable y no escalable, nos permite diferenciar claramente entre dos variedades de incertidumbre, dos tipos de azar. Al universo no escalable le llamo Mediocristán, y el universo escalable Extremistán. Estas son las principales características y diferencias:

MediocristánExtremistán
No escalableEscalable
Aleatoriedad moderada o tipo 1Aleatoriedad salvaje o tipo 2
El miembro más típico es mediocreEl más típico es un gigante o un enano, es decir, no hay un miembro típico
Los ganadores reciben un pequeño segmento del pastelEl ganador se lo lleva todo o casi todo
Impermeable al Cisne NegroVulnerable al Cisne Negro
Corresponde a cantidades físicas, por ejemplo, la alturaCorresponde a números que pueden ser exponenciales, por ejemplo, la riqueza
El total no está determinado por un solo caso u observaciónEl total estará determinado por un pequeño número de sucesos extremos
Fácil de predecir a partir de lo que se veDifícil de predecir a partir de información pasada
La historia gateaLa historia da saltos
Ejemplo: PanaderoEjemplo: J.K. Rowling

Escoger una profesión escalable tiene más margen de beneficio pero también es más arriesgada, porque hay muy pocos vencedores. El número de actores muertos de hambre es mayor que el de los contables muertos de hambre, aún suponiendo que, como promedio, tengan los mismos ingresos.

La historia del pavo

Pensemos en el pavo al que se le da de comer todos los días. Cada vez que le demos de comer el pavo confirmará su creencia de que la regla general de la vida es que a uno lo alimenten todos los días unos miembros amables de género humano que “miran por sus intereses”, como diría un político. La tarde del miércoles anterior al día de Acción de Gracias, al pavo le ocurrirá algo inesperado. Algo que conllevará una revisión de su creencia.

El problema del pavo se puede generalizar a cualquier situación donde la mano que te da de comer puede ser la misma que te retuerza el cuello.

Observamos que, una vez sucedido lo sucedido, se empiezan a predecir posibilidades de que se vayan a producir otras rarezas en el ámbito local, es decir, en el proceso que nos acaba de sorprender, pero no en otras partes. Después de la crisis bursátil de 1987, la mitad de los operadores estadounidenses se preparaban para sufrir un nuevo cataclismo todos los meses de octubre, sin tener en cuenta que el primero no tuvo ningún antecedente. Nos preocupamos demasiado tarde, es decir, ex post. Confundir una observación ingenua del pasado con algo definitivo o representativo del futuro es la sola y única causa de nuestra incapacidad para comprender el Cisne Negro.

Hay otros problemas que surgen de nuestra ceguera ante el Cisne Negro:

a) Nos centramos en segmentos preseleccionados de lo visto, y a partir de ahí generalizamos en lo no visto: error de la confirmación.

b) Nos engañamos con historias que sacian nuestra sed platónica de modelos distintos: falacia narrativa.

c) Nos comportamos como si el Cisne Negro no existiera: la naturaleza humana no está programada para los Cisnes Negros.

d) Lo que vemos nos es necesariamente todo lo que existe. La historia oculta los Cisne Negros y nos da una idea falsa sobre las probabilidades de esos sucesos: distorsión de pruebas silenciosas.

e) Tunelamos, es decir, nos centramos en unas cuantas fuentes bien definidas de incertidumbre, en una lista demasiado específica de Cisnes Negros (a expensas de aquellos que no nos vienen a la mente con facilidad).

El error de confirmación

Muchas personas confunden la afirmación “casi todos los terroristas son musulmanes” con la de “casi todos los musulmanes son terroristas”. Supongamos que la primera afirmación sea cierta, es decir, que el 99% de los terroristas sean musulmanes. Esto significaría que alrededor del 0,001% de los musulmanes son terroristas, ya que hay más de mil millones de musulmanes y sólo, digamos, diez mil terroristas, uno por cada cien mil. Así que el error lógico nos hace sobreestimar (inconscientemente) en cerca de cincuenta mil veces la probabilidad de que un musulmán escogido al azar (supongamos que de entre quince y cincuenta años) sea un terrorista.

Si decimos a las personas que la clave del éxito no siempre está en las destrezas, pensarán que les estamos diciendo que nunca está en las destrezas, que siempre está en la suerte.

Reaccionamos ante una información no por su lógica impecable, sino basándonos en la estructura que la rodea, y en cómo se inscribe dentro de nuestro sistema social y emocional. Los problemas lógicos que en el aula se pueden abordar de una determinada forma, pueden ser tratados de modo diferente en la vida cotidiana. Y de hecho se tratan de modo diferente en la vida cotidiana. A esto le llamo especificidad de dominio.

Esta especificidad del dominio de nuestras inferencias y reacciones funciona en ambos sentidos: algunos problemas podemos entenderlos en sus aplicaciones pero no en los libros de texto; otros los captamos mejor en los libros que en la aplicación práctica. Las personas pueden conseguir solucionar sin esfuerzo un problema en una situación social, pero devanarse los sesos cuando se presenta como un problema lógico abstracto. Tendemos a emplear una maquinaria mental diferente -los llamados módulos- en situaciones diferentes: nuestro cerebro carece de un ordenador central multiusos que arranque con unas reglas lógicas y las aplique por igual a todas las situaciones posibles.

Debido a un mecanismo mental que yo llamo empirismo ingenuo, tenemos la tendencia natural a fijarnos en los casos que confirman nuestra historia y nuestra visión del mundo: estos casos son siempre fáciles de encontrar. Tomamos ejemplos pasados que corroboran nuestras teorías y los tratamos como pruebas.

La buena noticia es que a este empirismo ingenuo se le puede dar la vuelta. Es decir, que una serie de hechos corroborativos no constituye necesariamente una prueba. Ver cisnes blancos no confirma la no existencia de cisnes negros. Pero hay una excepción: sé qué afirmación es falsa, pero no necesariamente qué afirmación es correcta. Si veo un cisne negro puedo certificar que todos los cisnes no son blancos. Si veo a alguien matar, puedo estar seguro de que es un criminal. Si no lo veo matar, no puedo estar seguro de que sea inocente. 

Es verdad que mil días no pueden demostrar que uno esté en lo cierto. Pero basta un día para demostrar que se está equivocado.

La falacia narrativa

La falacia narrativa se dirige a nuestra escasa capacidad de fijarnos en secuencias de hechos sin tejer una explicación o, lo que es igual, sin forzar un vínculo lógico, una flecha de relación sobre ellos. Las explicaciones atan los hechos. Hacen que se puedan recordar mucho mejor; ayudan a que tengan más sentido. Donde esta propensión puede errar es cuando aumenta nuestra impresión de comprender.

La narratividad nace de una necesidad biológica innata conforme a la cual tendemos a reducir la dimensionalidad; pero los robots también tenderían a adoptar ese proceso de reducción. La información quiere ser reducida.

La compresión es esencial para la actuación del trabajo consciente.

Nosotros, los miembros de la variedad humana de los primates, estamos ávidos de reglas porque necesitamos reducir la dimensión de las cosas para que nos puedan caber en la cabeza. Cuanto más aleatoria es la información, mayor es la dimensionalidad y, por consiguiente, más difícil de resumir. Cuanto más se resume, más orden se pone y menor es lo aleatorio. De aquí que la misma condición que nos hace simplificar, nos empuja a pensar que el mundo es menos aleatorio de lo que realmente es. Y el Cisne Negro es lo que excluímos de esa simplificación.

Una novela, una historia, un mito, un cuento, todos cumplen la misma función: nos ahorran la complejidad del mundo y nos protegen de su aleatoriedad. Los mitos ponen orden en el desorden de la percepción humana y en lo que se percibe como “caos de la experiencia humana”.

Nuestra tendencia a percibir -a imponer- la narratividad y la causalidad es síntoma de la misma enfermedad: la reducción de la dimensión. Además, al igual que la causalidad, la narratividad tiene una dimensión cronológica y conduce a la percepción del flujo del tiempo. La causalidad hace que el tiempo avance en un sentido, y lo mismo hace la narratividad. 

La memoria se parece más a una máquina de revisión dinámica interesada: recordamos la última vez que recordamos el suceso y, sin darnos cuenta, en cada recuerdo posterior cambiamos la historia. 

Si la narratividad hace que veamos sucesos pasados como más predecibles, más esperados y menos aleatorios de lo que en realidad eran, entonces deberíamos ser capaces de hacer que nos funcionarán también como terapia contra alguna de las espinas de lo aleatorio.

Quien trabaja en una profesión que conlleve grandes dosis de azar es proclive a padecer el agotamiento que produce ese constante pensar en lo que hubiera podido pasar desde las perspectiva de lo que ocurrió después.

Nos preocupamos de los sucesos ‘improbables’ equivocados.

La naturaleza no está programada para los Cisnes Negros

El hecho de no descubrir nada es algo muy valioso, ya que forma parte del proceso del descubrimiento: ya sabes dónde no hay que buscar.

Muchas personas realizan sus trabajos con la impresión de que hacen algo bien, aunque es posible que no demuestren resultados sólidos durante mucho tiempo. Tienen que posponer continuamente la gratificación, para sobrevivir a una sistemática dieta de crueldad impuesta por sus colegas, y no desmoralizarse por ello.

Resulta duro afrontar las consecuencias sociales de un fracaso. Somos animales sociales; el infierno son los demás.

Pensamos que si dos variables están unidas por un vínculo causal, entonces un input sistemático en una de ellas, siempre debería producir un resultado en la otra. Nuestro aparato emocional está diseñado por la causalidad lineal. Por ejemplo, si estudiamos todos los días, confiamos en aprender algo proporcional a nuestros estudios. Si nos parece que no vamos a ningún sitio, nuestras emociones harán que nos sintamos desmoralizados. Pero la realidad moderna raramente nos concede el privilegio de una progresión positiva, lineal y satisfactoria: podemos pensar en un problema durante un año y no descubrir nada; luego, a menos que la ausencia de resultados nos descorazone y abandonemos, se nos ocurre algo, como un destello.

El mundo es más no lineal de lo que pensamos, y de lo que a los científicos les gustaría pensar.

Ganar un millón de dólares en un año, pero nada en los nueve años anteriores, no produce el mismo placer que tener el total distribuido en partes iguales a lo largo del mismo período, es decir, cien mil dólares al año durante diez años consecutivos. Lo mismo cabe decir del orden inverso: forrarse el primer año y no obtener nada en lo que queda de ese período.

En cierto modo, nuestro sistema de placer se saturaría muy deprisa, y no conllevaría al equilibrio hedonista como lo hace una devolución en la declaración de la renta. De hecho, nuestra felicidad depende mucho más del número de casos de sentimientos positivos, que de su intensidad. En otras palabras, una buena noticia es, ante todo, una buena noticia; cuán buena sea importa relativamente poco. De modo que para tener una vida placentera, deberíamos extender estos pequeños afectos a lo largo del tiempo de la forma más uniforme posible. Tener muchas noticias medianamente buenas es preferible a una única noticia fantástica.

Lamentablemente, la sensación de ganar diez millones para luego perder nueve, puede ser incluso peor que no ganar nada. Aunque nos quede un millón de dólares. 

La madre naturaleza nos concibió para que gocemos del flujo constante de recompensas pequeñas pero frecuentes. Como decía antes, las recompensas no tienen que ser grandes, solo frecuentes. Pensemos que nuestra principal satisfacción durante miles de años nos llegaba en forma de comida y agua (y alguna otra cosa más íntima), y aunque necesitemos todo esto constantemente, nos hartamos de ello muy deprisa.

Pruebas silenciosas 

Hace más de dos mil años, Cicerón exponía la historia siguiente: A un tal Diágoras, que no creía en los dioses, le mostraron unas tablillas pintadas en las que se representaba a unos fieles que estaban orando y que, luego, sobrevivían a un naufragio. De tal representación se deducía que la oración protege de morir ahogado. Diágoras preguntó: “¿Dónde están las imágenes de quienes oraron y luego se ahogaron?”.

Los fieles ahogados, al estar muertos, hubieran tenido muchos problemas para advertir de sus experiencias desde el fondo del mar. Esto puede confundir al observador superficial y llevarle a creer en los milagros.

A este fenómeno lo llamamos el problema de las pruebas silenciosas. La idea es sencilla, pero universal y de mucha fuerza. 

Las pruebas silenciosas son lo que los sucesos emplean para ocultar su propia aleatoriedad, en especial los Cisnes Negros. El olvido de las pruebas silenciosas es endémico en la forma en que estudiamos el talento comparativo, particularmente en las actividades que están plagadas de atributos del estilo ‘el ganador se lo lleva todo’. Es posible que gocemos de lo que vemos, pero no tiene sentido leer demasiado sobre historias de éxito, porque no vemos la imagen en su totalidad.

El argumento del punto de referencia dice lo siguiente: no hay que computar las probabilidades desde la posición ventajosa del jugador que gana, sino desde todos aquellos que empezaron en el grupo. Sigamos con el ejemplo del jugador. Si nos fijamos en la población de jugadores que empiezan tomados en su conjunto, podemos estar casi seguros de que uno de ellos (aunque de antemano no sabemos cuál) mostrará unos resultados estelares, fruto exclusivo de la suerte. 

Por ello, desde el punto de referencia del grupo de principiantes, no se trata de nada extraordinario. Pero desde el punto de referencia del ganador (que no se tiene en cuenta a los perdedores, y aquí está la clave), una larga sucesión de ganancias parecerá un suceso demasiado extraordinario para que se pueda explicar por la suerte. Observamos que una historia no es más que una serie de números a lo largo del tiempo. Los números pueden representar grados de riqueza, salud, peso, cualquier cosa. 

Tenemos el cerebro excesivamente lavado por las ideas de la causalidad, y creemos que es más inteligente decir por qué que aceptar el azar.

Seamos sinceros y digamos nuestro “porqué” con mucha moderación; intentemos limitarnos a situaciones en las que el “porqué” derive de experimentos, no de la historia que mira hacia atrás.

Nuestro sistema perceptivo no reacciona ante aquello que no está ante nuestras propias narices, o ante aquello que no excita nuestra atención emocional. Estamos hechos para ser superficiales, para prestar atención a lo que vemos y no prestarla a lo que no llega con viveza a nuestra mente. Libramos una doble guerra contra las pruebas silenciosas. Lo que no se ve no se siente: albergamos un desdén natural, hasta físico, por lo abstracto. 

La falacia lúdica

Una de las ilusiones más desagradables es la que yo llamo falacia lúdica: los atributos de la incertidumbre a los que nos enfrentamos en la vida real guardan poca relación con los rasgos esterilizados con que nos encontramos en los exámenes y los juegos.

El casino es el único entorno humano que conozco en el que las probabilidades son conocidas, tipo gaussiano (la curva de la campana) y casi computables. No se puede esperar que el casino pague apuestas a un millón a uno, ni que cambie repentinamente las reglas durante la partida; no hay ningún día en que salga el ‘36 negro’ más del 95% de las veces. En la vida real, en cambio, uno desconoce las probabilidades; tiene que descubrirlas, pero las fuentes de la incertidumbre no están definidas. 

Del mismo modo que subestimamos el papel del azar en la vida, tendemos a sobreestimarlo en los juegos de azar.

La gestión del riesgo de un casino, aparte de establecer normas de juego, está encaminada a reducir las pérdidas que ocasionan los tramposos y a minimizar los golpes de suerte. No es necesario saber mucho sobre la teoría de la probabilidad para entender que el casino estaba lo suficiente diversificado en las diferentes mesas como para no tener que preocuparse de la posibilidad de recibir un golpe por parte de un jugador de suerte extrema.

Pero resulta que las mayores cuatro pérdidas que un casino de Las Vegas sufrió, no tenían nada que ver con ninguno de sus sistemas de control:

1. Cien millones de dólares cuando un tigre mutiló a un insustituible actor de su principal espectáculo.

2. Un contratista resultó herido durante la construcción de un anexo del hotel. Se sintió tan ofendido por el acuerdo que le propusieron que quería dinamitar el casino.

3. Multa enorme que no se hizo pública, debido a que un empleado guardaba en una caja, documentos que registran los beneficios de los jugadores cuando superan una determinada cantidad. El Servicio Interno de Ingresos debe enviarse y el hecho de no hacerlo es un fraude fiscal considerado un delito grave.

4. El secuestro de la hija del propietario del casino, que para reunir el dinero hubo que recurrir a fondos del casino.

Conclusión: un cálculo rápido demuestra que el valor en dólares de esos Cisnes Negros, multiplica casi por mil los riesgos que se ajustan a un modelo. El casino gastó cientos de millones de dólares en la teoría del juego y la vigilancia de alta tecnología, pero los grandes riesgos surgieron del exterior de sus modelos.

Cisnes Negros: nos preocupamos por lo que ha sucedido, no por lo que pudiera ocurrir pero no ocurrió. Ahí está la razón de que planifiquemos, vinculando los esquemas conocidos con los conocimientos bien organizados, hasta el punto de estar ciegos ante la realidad. Ahí está la razón de que nos traguemos el problema de la inducción, de que confirmemos. Ahí está la razón de que quienes estudian y van bien en los estudios tengan tendencia a sentir debilidad por la falacia lúdica.

Por desgracia, en la edición actual del género humano no estamos fabricados para entender asuntos abstractos: necesitamos el contexto. La aleatoriedad y la incertidumbre son abstracciones. Respetamos lo que ha ocurrido, al tiempo que ignoramos lo que pudiera haber ocurrido. En otras palabras. somos superficiales por naturaleza, pero no lo sabemos. Esto no supone un problema psicológico, procede de la principal propiedad de la información. Es más difícil ver el lado oscuro de la luna; arrojar luz sobre él requiere energía. De la misma forma, arrojar luz sobre lo no visto tiene su coste en esfuerzos, tanto computacionales como mentales.

Si buscamos un método sencillo que nos lleve a una forma de vida superior, tan alejada del animal como podamos conseguir, es posible que tengamos que ‘desnarrar’, es decir, apagar el televisor y reducir al mínimo el tiempo dedicado a la lectura de la prensa. Tendremos que entrenar nuestras habilidades para que controlen nuestras decisiones. Entrenarnos para distinguir la diferencia entre lo sensacional y lo empírico. Este aislamiento de la toxicidad del mundo tendrá un beneficio adicional: mejorará nuestro bienestar. Tengamos también en cuenta cuán superficiales somos con la probabilidad, la madre de todas las ideas abstractas. No hay que hacer mucho más para comprender mejor lo que nos rodea. Ante todo, evitemos el “tunelaje”.

Saber centrarse es una gran virtud para quien se dedique a reparar relojes, para el cirujano cerebral o para el jugador de ajedrez. Pero lo último que hay que hacer cuando nos enfrentamos a la incertidumbre es “centrarnos” (debemos dejar que sea la incertidumbre la que se centre, no nosotros). Eso nos convierte en imbéciles y, como veremos en el apartado siguiente, se traduce en problemas de predicción. La predicción, no la narración, es la auténtica prueba de nuestra comprensión del mundo.

Segunda Parte: Simplemente no podemos predecir

Cuando pido a la gente que me digan tres tecnologías que se hayan aplicado recientemente y que hayan producido el mayor impacto en nuestro mundo, normalmente citan el ordenador, Internet y el rayo láser. Ninguna de las tres estaba prevista ni planeada; tampoco fueron apreciadas en el momento de su descubrimiento, y siguieron sin ser apreciadas hasta mucho después de sus primeros usos. Eran consiguientes. Eran Cisnes Negros. Evidentemente, tenemos la ilusión retrospectiva de su participación en algún plan maestro. Uno puede crear sus propias listas con resultados similares, ya sea con acontecimientos políticos, guerras o epidemias intelectuales.

Hemos visto lo bien que narramos hacia atrás, lo bien que inventamos historias que nos convencen de que comprendemos el pasado. Para muchos, el conocimiento tiene el notable poder de producir confianza, en vez de una aptitud que se pueda medir. Otro problema: el hecho de centrarse en lo regular, la platonificación que lleva a prever ‘según lo razonable’.

Cuanto mayor sea el papel que desempeñe el Cisne Negro, más difícil nos será preverlo. Lo siento.

Arrogancia epistémica

Sabemos muchas cosas, pero tenemos una tendencia innata a pensar que sabemos un poco más de lo que realmente sabemos, lo bastante para que de vez en cuando nos encontremos con problemas.

Nuestro conocimiento crece, pero está amenazado por el mayor crecimiento de la confianza, que hace que nuestro crecimiento en el conocimiento sea al mismo tiempo un crecimiento en la confusión, la ignorancia y el engreimiento.

La arrogancia epistémica produce un efecto doble: sobreestimamos lo que sabemos e infravaloramos la incertidumbre, comprimiendo así la variedad de posibles estados inciertos, es decir, reduciendo el espacio de lo desconocido.

Recuerdo al lector que no estoy comprobando cuánto saben las personas, sino evaluando la diferencia entre lo que realmente saben y cuánto creen que saben.

El problema es que nuestras ideas son pegajosas: una vez que formulamos una teoría, no somos proclives a cambiar de idea, de ahí que a aquellos que tardan en desarrollar sus teorías les vayan mejor las cosas. Tratamos a las ideas como si fueran propiedades, por lo que nos será difícil desprendernos de ellas.

Errores de predicción

Los seres humanos somos víctimas de una asimetría en la percepción de los sucesos aleatorios. Atribuimos nuestros éxitos a nuestras destrezas; y nuestros fracasos, a sucesos externos que no controlamos, concretamente a la aleatoriedad. Nos sentimos responsables de todo lo bueno, pero no de lo malo. 

Sé que la historia va a estar dominada por un suceso improbable; lo que no sé es, simplemente, cuál será ese suceso.

Cuanto más rutinaria sea la tarea, mejor aprendemos a predecir. Pero en nuestro entorno moderno siempre hay algo que no es rutinario.

Las proyecciones de las empresas y de los gobiernos tienen un fallo adicional fácil de detectar: no adjuntar a sus escenarios un índice de error posible.

Hacer previsiones sin incorporar un índice de error revela 3 falacias, todas ellas fruto de la misma concepción falsa acerca del carácter de la incertidumbre:

1. La variabilidad importa: Para planificar, la precisión en la predicción importa mucho más que la propia predicción. No cruces el río si tiene, de media, un metro de profundidad. Si a quien va a desplazarse a un destino remoto le decimos que se espera que la temperatura media sea de 22ºC, con un índice de error de 10ºC, se llevará un tipo de ropa diferente de la que se llevaría si le dijéramos que el margen de error es de sólo 1ºC. 

2. Degradación de la predicción: No tenemos en cuenta esta degradación a medida que el período proyectado se alarga en el tiempo.

3. Falsa comprensión: Respecto al carácter aleatorio de las variables que se predicen.

Se dice a menudo que ‘es de sabios ver venir las cosas’. Tal vez el sabio sea quien sepa que no puede ver las cosas que están lejos.

El Cisne Negro tiene 3 atributos: la impredecibilidad, las consecuencias y la explicabilidad retrospectiva.

El modelo clásico de descubrimiento es el siguiente: se busca lo que se conoce (por ejemplo, una nueva ruta para llegar a las Indias) y se encuentra algo cuya existencia se ignoraba (América). 

Casi todo lo actual es fruto de la serendipidad, un hallazgo fortuito mientras se iba en busca de otra cosa. Encontramos algo que no estábamos buscando y que cambia el mundo; y una vez descubierto, nos preguntamos por qué ‘se tardó tanto’ en llegar a algo tan evidente. 

Prever la divulgación de una tecnología implica prever un elevado grado de modas pasajeras y de contagio social, que se sitúan fuera de la utilidad objetiva de la propia tecnología. ¡Cuántas ideas sumamente útiles han acabado en el cementerio, por ejemplo, la de de la Segway, una motocicleta que, según se profetizó, iba a cambiar la morfología de las ciudades!

Para entender el futuro hasta el punto de ser capaz de predecirlo, uno necesita incorporar elementos de ese mismo futuro.

Hacemos publicidad de los libros leídos y nos olvidamos de los no leídos. La física ha tenido éxito, pero no es más que un estrecho campo de la ciencia pura en el que hemos tenido éxito, y la gente tiende a generalizar ese éxito a toda la ciencia. Es preferible llegar a entender mejor el cáncer o el (altamente no lineal) tiempo atmosférico que el origen del universo.

Como dice Warren Buffet, no le preguntemos al peluquero si debemos cortarnos el pelo, ni preguntemos al académico si lo que hace es relevante.

Predicción y libre albedrío

Si conocemos todas las condiciones posibles de un sistema físico, podemos, en teoría (aunque, como hemos visto, no en la práctica), proyectar su conducta hacia el futuro. Pero esto sólo se refiere a los objetos inanimados. Con las cuestiones sociales, nos encontramos con un escollo. Proyectar el futuro cuando están implicados los seres humanos es algo radicalmente diferente si los consideramos seres vivos y dotados de libre albedrío.

Si puedo predecir todas las acciones del lector en unas determinadas circunstancias, entonces es posible que éste no sea tan libre como piensa. Es un autómata que reacciona a los estímulos del entorno, esclavo del destino.

Recordemos el problema del pavo: contemplamos el pasado y deducimos una regla sobre el futuro. Bien, los problemas de proyectar desde el pasado pueden ser aún peores de lo que hemos descubierto, porque los mismos datos del pasado pueden confirmar una teoría y también la radicalmente opuesta. Si sobrevivimos hasta mañana, podría significar que a) somos más proclives a ser inmortales, o bien que b) estamos más cerca de la muerte. Ambas conclusiones se basan exactamente en los mismos datos.

El pasado no sólo puede ser engañoso, sino que también hay muchos grados de libertad en la interpretación que hacemos de los sucesos pasados.

Esto es lo que el filósofo Nelson Goodman llamaba el misterio de la inducción: proyectamos una línea recta sólo porque tenemos en la cabeza un modelo lineal; el hecho de que un número haya aumentado sistemáticamente a lo largo de mil días nos debería dar mayor seguridad de que va a aumentar en el futuro. Pero si pensamos en un modelo no lineal, éste podría confirmar que el número debería disminuir el día mil uno.

¿Por qué escuchamos a los expertos y sus predicciones? Una posible explicación es que la sociedad descansa sobre la especialización, la efectiva división de los conocimientos. Uno no acude a la Facultad de Medicina en el momento en que se encuentra con un grave problema de salud; es más fácil consultar a alguien que ya lo haya hecho. Los médicos escuchan a los mecánicos (no por cuestiones de salud, sino cuando tienen problemas con el coche); los mecánicos escuchan a los médicos. Tenemos una tendencia natural a escuchar al experto, incluso en campos en los que es posible que éstos no existan.

Epistemocracia

Las personas necesitan estar cegadas por el conocimiento: estamos hechos para seguir a los líderes que sepan aglutinar personas, porque las ventajas de estar en grupos eliminan las desventajas de estar solo. Nos ha salido más rentable unirnos y seguir por la dirección equivocada que estar solos en la correcta.

La idea del futuro mezclado con el azar, y no como una extensión determinista de nuestra percepción del pasado, es una operación mental que nuestra mente no sabe realizar. El azar nos resulta demasiado confuso para que sea una categoría en sí mismo. Existe una asimetría entre el pasado y el futuro, y es demasiado sutil para que la comprendamos de forma natural.

Nos equivocamos al hacer predicciones, no tanto porque tendamos a errar en la predicción de nuestra felicidad futura, sino que no aprendemos de forma recursiva de las experiencias pasadas.

Sobreestimamos en mucho la duración del efecto de la desgracia en nuestra vida. Creemos que la pérdida de nuestra fortuna o de la posición que ocupamos será devastadora, pero probablemente estamos equivocados. Lo más probable es que nos adaptemos a cualquier cosa, como seguramente hicimos en desventuras pasadas. Sentiremos el aguijonazo, pero no será tan terrible como imaginamos. 

Lo que debemos evitar es la dependencia innecesaria de las predicciones dañinas a gran escala, pero sólo de estas. Evitemos los grandes asuntos que pueden herir nuestro futuro; engañémonos en cosas pequeñas, no en las grandes. Aprendamos a clasificar las creencias no según la verosimilitud, sino según el daño que puedan causar.

Saber que no podemos predecir no significa que no podamos beneficiarnos de la impredecibilidad

No intentemos predecir Cisnes Negros con precisión, eso suele hacernos más vulnerables a los que no hemos previsto. En vez de invertir recursos en prever los próximos problemas, quizá sea más interesante invertir en estar preparados, no en la predicción.

Aprovechemos cualquier oportunidad, o cualquier cosa que parezca serlo. Trabajemos en perseguir oportunidades y maximizar la exposición a ellas. Esto hace que el hecho de vivir en ciudades grandes tenga un valor incalculable, porque aumenta las probabilidades de encuentros con la serendipidad. La idea de asentarse en una zona rural alegando que “en la era de Internet” hay buenas comunicaciones, nos aleja de esa fuente de incertidumbre positiva.

La gran asimetría

La idea central de este libro es la de los resultados asimétricos: nunca llegaremos a conocer lo desconocido, ya que, por definición, es desconocido. Sin embargo, siempre podemos imaginar cómo podría afectarme, y sobre este hecho debería basar mis decisiones.

Desconozco las probabilidades de que se produzca un terremoto, pero puedo imaginar cómo afectaría a San Francisco si se produjera. Esta idea según la cual para tomar una decisión tenemos que centrarnos en las consecuencias (que podemos conocer) más que en la probabilidad (que no podemos conocer) es la idea fundamental de la incertidumbre.

Sobre esta idea se puede construir toda una teoría general de la toma de decisiones. Todo lo que hay que hacer es mitigar las consecuencias.

Resumen de todo el apartado sobre la predicción:

Podemos delimitar fácilmente las razones de que no podamos averiguar qué es lo que pasa. Tales razones son:

1. La arrogancia epistémica y nuestra correspondiente ceguera ante el futuro.

2. La idea platónica de las categorías, o de que las personas se ven engañadas por las reducciones, en particular si poseen un título académico en una disciplina libre de expertos.

3. Unas herramientas de inferencia defectuosas, en particular las herramientas libres de Cisnes Negros de Mediocristán.

Tercera Parte: Aquellos cisnes grises

El ganador se lo lleva todo

Alguien que es marginalmente “mejor” puede llevarse fácilmente todo el bote, sin dejar nada para los demás. La gente prefiere pagar 10,99 por un disco famoso, a pagar 9,99 por el de algún desconocido. Pero hay que tener en cuenta el papel de la suerte. El problema reside en la idea de “mejor”, esa atención a las destrezas que al parecer llevan al éxito. Los resultados aleatorios, o una situación arbitraria, también pueden explicar el éxito, y dar el empuje inicial que lleva al resultado de “el ganador se lo lleva todo”. Una persona se puede situar un tanto por delante por razones completamente aleatorias; pero como nos gusta imitar a los demás, la seguimos en manada. Se subestima mucho la realidad del contagio.

Quienes reciben un buen empuje al principio de su carrera, seguirán gozando de constantes ventajas acumulativas a lo largo de la vida. Al rico le resulta más fácil hacerse más rico; al famoso, hacerse más famoso.

Cuando se habla del azar, las personas normalmente se fijan en su propia suerte. Sin embargo, la suerte de los demás cuenta mucho. Es posible que otra empresa tenga la suerte de que un producto sea un éxito de ventas, con lo que desplazará a los actuales ganadores. 

La aleatoriedad parece mala, pero es mucho más igualitaria que, incluso, la inteligencia. Si a las personas se las recompensara estrictamente según sus habilidades, las cosas serían aún más injustas ya que no escogemos nuestras habilidades. El azar produce el efecto benéfico de volver a barajar las cartas de la sociedad, para poder ganar al afortunado de siempre.

Es verdad que hoy en día tenemos menos fallos, pero cuando se cometen… son peores. Tendremos menos crisis, pero serán más graves. Cuanto más raro es el suceso, menos sabemos acerca de sus probabilidades, lo cual significa que cada vez sabemos menos sobre la posibilidad de una crisis.

La curva de la campana

Las variaciones de la curva de campana gaussiana se enfrentan a un viento en contra que hace que las probabilidades disminuyan a un ritmo cada vez mayor a medida que nos alejamos de la media, mientras que las variaciones escalables no tienen esta restricción.

Un enfoque gaussiano puede ser muy útil en las variables en que exista una razón verosímil para que la mayor no esté demasiado alejada de la media. Si la gravedad hace que las cifras desciendan, o si existen limitaciones físicas que impiden observaciones muy grandes, acabamos en Mediocristán. Si hay unas fuerzas de equilibrio potentes que devuelven las cosas a su sitio de forma rápida una vez que las condiciones se apartan del equilibrio, entonces podemos utilizar de nuevo el planteamiento gaussiano. De lo contrario, olvidémonos. Ésta es la razón de que gran parte de la economía se base en la idea de equilibrio: entre otros beneficios, nos permite tratar los fenómenos económicos como si fueran gaussianos.

Los operadores de los casinos comprenden esto muy bien, de ahí que nunca pierdan dinero. Se limitan a no permitir que un jugador haga una apuesta enorme, y a que, en su lugar, haya muchos jugadores que hagan una serie de apuestas de tamaño reducido. Los jugadores pueden apostar un total de 20 millones de dólares, pero no hay que preocuparse por la salud del casino: las apuestas son, como media, de 20 dólares, por ejemplo; el casino limita las apuestas a un máximo que permita que sus propietarios puedan dormir por la noche. De modo que las variaciones en las ganancias del casino van a ser ridículamente pequeñas, sea cual sea la actividad total del juego. No veremos a nadie que salga del casino con mil millones de dólares; nunca. Cuando hay muchos jugadores, el impacto de uno de ellos sobre el total sólo podrá ser diminuto.

Si nos ocupamos de la inferencia cualitativa, buscando respuestas de “sí o no”, a las que no pueden aplicarse las magnitudes, entonces podemos presumir que estamos en Mediocristán sin graves problemas. El impacto de lo improbable no puede ser muy grande: se tiene cáncer o no se tiene, se está embarazada o no, etc. Pero si de lo que se trata es de totales, donde las magnitudes si importan, como los ingresos, nuestra riqueza, las ventas de un libro, entonces tendremos un problema y obtendremos la distribución equivocada si usamos la campana de Gauss, pues no pertenece a este campo. Un sólo número puede desbaratar todas nuestras medidas; una sola pérdida puede acabar con todo un siglo de ganancias. Ya no podemos decir: “Es una excepción”.

Señalemos los supuestos principales del típico juego de lanzar una moneda al aire, que nos llevaron a una aleatoriedad gaussiana suave:

Primer supuesto: los lanzamientos son independientes. La moneda no tiene memoria. El hecho de que salga cara o cruz en un lanzamiento no cambia las probabilidades de sacar cara o cruz en la siguiente.Tampoco nos hacemos mejores lanzadores con el tiempo. Si introducimos la memoria o las destrezas en el lanzamiento, toda la estructura gaussiana se tambalea.

Segundo supuesto: No existen saltos bruscos. No existe incertidumbre respecto a los posibles resultados en cada tirada (solo hay dos). No encontramos situaciones en las que el movimiento varíe de forma drástica.

Si uno de los dos supuestos no se cumpliera, nos llevaría a una aleatoriedad extrema o mandelbrotiana.

La fractalidad

Es la palabra que acuñó Mandelbrot para describir la geometría de los áspero y roto. La fractalidad es la repetición de patrones geométricos a diferentes escalas, desvelando así versiones cada vez más pequeñas de sí mismos. Las partes pequeñas se parecen, en cierto grado, al todo. Las venas de las hojas parecen ramas; las ramas, árboles; las piedras, pequeñas montañas. Cuando un objeto cambia de tamaño no se produce un cambio cualitativo.

Los fractales deben ser el elemento por defecto, la aproximación, el esquema. No solucionan el problema del Cisne Negro y no convierten todos los Cisnes Negros en sucesos predecibles, pero mitigan de modo significativo el problema del Cisne Negro, al hacer que esos grandes sucesos sean concebibles. Los hacen grises. ¿Por qué grises? Porque sólo lo gaussiano nos da la certeza absoluta.

Cuando se nos presentan sucesos, comparamos lo que vemos con lo que esperábamos ver. Descubrir que la historia va hacia delante, y no hacia atrás, suele ser un proceso humillante, en particular para quien sea consciente de la falacia narrativa. Del mismo modo que uno piensa que los hombres de negocios tiene un ego muy grande, estas personas a menudo se ven humilladas por quienes les recuerdan la diferencia entre la decisión y los resultados.

Muchos estudian psicología, matemáticas o teoría evolutiva y buscan la forma de aplicar sus ideas a los negocios; en cambio, yo propongo todo lo contrario: estudiar la intensa, inexplorada y humillante incertidumbre de los mercados de valores como medio para generar ideas sobre la naturaleza de la aleatoriedad que sea aplicable a la psicología, la probabilidad, las matemáticas, la teoría de la decisión e incluso la física estadística. El lector se dará cuenta de las taimadas manifestaciones de la falacia narrativa, de la falacia lúdica, y de los grandes errores de la platonicidad, que supone ir de la representación a la realidad.

Los procesos no lineales tienen mayores grados de libertad que los lineales, con la implicación de que corremos un gran riesgo si utilizamos el modelo equivocado.

He escrito todo un libro sobre el Cisne Negro. Y no es porque esté enamorado del Cisne Negro; como humanista, lo odio. Odio la mayor parte de las injusticias y los daños que provoca. De modo que me gustaría eliminar muchos Cisnes Negros o, al menos, mitigar sus efectos y estar protegido de ellos. La aleatoriedad fractal es una forma de reducir estas sorpresas, de hacer que parezca posible que algunos de estos cisnes, por así decirlo, nos hagan conscientes de sus consecuencias, hacerlos grises. Pero la aleatoriedad fractal no produce respuestas precisas. Los beneficios actúan como sigue. Si sabemos que la Bolsa se puede desplomar, como lo hizo en 1987, entonces un suceso de este tipo no es un Cisne Negro. El crac de 1987 no es una rareza, si utilizamos un fractal de exponente tres. Si sabemos que las empresas de biotecnología pueden producir un fármaco que sea todo un superéxito, mayor que todos los conocidos hasta la fecha, entonces no será un Cisne Negro, y no nos sorprenderemos si tal fármaco llega a aparecer.

Uno está sin duda más seguro si sabe dónde se encuentran los animales salvajes.

En los últimos cincuenta años, los diez días más extremos de las Bolsas representan la mitad de todos los beneficios. Diez días en cincuenta años. Y mientras tanto, lo único que hacemos es estar de cháchara.

De modo que el método gaussiano impregnó nuestras culturas empresarial y científica, y expresiones como sigma, varianza, desviación típica, correlación, R cuadrado, etc. todas ellas vinculadas a lo gaussiano, invadieron la jerigonza. Si leemos un folleto sobre fondos de inversión mobiliaria, o la publicidad de un fondo de protección, lo más probable es que, entre otra información, nos ofrezcan alguna especie de resumen cuantitativo que supuestamente mide el “riesgo”. Esta medida estará basada en alguna de las palabras anteriores derivadas de la curva de la campana y similares. Hoy, por ejemplo, la política de inversión en fondos de pensiones y la elección de los fondos la investigan consultores que parten de la teoría de la cartera de valores. Si surge algún problema, siempre pueden alegar que se basaron en un método científico estándar.

Voy a repetir lo que sigue hasta que me quede afónico: lo que determina el sino de una teoría en la ciencia social, es el contagio, no su validez.

Las personas confunden un suceso cuya probabilidad es pequeña, por ejemplo, de una en veinte años, con un suceso que ocurre periódicamente. Creen que están seguras si sólo se hallan expuestas a él cada diez años.

Sólo se necesita una única observación para rechazar el método gaussiano, pero millones de observaciones no van a confirmar por completo la validez de su aplicación. ¿Por qué? Porque la campana de Gauss no permite grandes desviaciones, pero las herramientas escalables de Extremistán, la alternativa, no dejan de aceptar extensiones largas y pausadas.

Una teoría es como un medicamento (o un gobierno): a menudo inútil, a veces necesario, siempre interesado y, de vez en cuando, letal. Así que hay que usarlo con precaución, moderación y bajo la atenta supervisión de una persona mayor.

Aquellos cuyo trabajo consiste en hacernos conscientes de la incertidumbre nos fallan, y de refilón, nos dirigen hacia falsas certezas.

Las personas no podemos prever cuánto tiempo seremos felices con los objetos recién adquiridos, cuánto va a durar nuestro matrimonio, cómo será nuestro próximo trabajo; pero lo que citamos como “límites de la predicción” son las partículas subatómicas. No queremos ver el mamut que tenemos ante nosotros y en su lugar nos ocupamos de algo que ni con un microscopio podríamos ver.

La propia especificidad del contexto lleva a la gente a tomar el ascensor para llegar al gimnasio y ejercitarse con el aparato que simulamos subir escaleras.

Cuarta Parte: Fin

Disponer de muchos datos nos proporciona confirmación, pero un solo ejemplo puede desconfirmar. Soy escéptico cuando sospecho una aleatoriedad desmedida, crédulo cuando entiendo que la aleatoriedad es suave.

Me preocupan muy poco los pequeños fracasos, pero mucho los grandes y potencialmente terminales. Me preocupa más la “prometedora” Bolsa, en particular las acciones “seguras”, que las operaciones especulativas: las primeras presentan unos riesgos invisibles; las segundas no dan sorpresas, ya que uno sabe lo volátiles que son y puede limitar su inversión a pequeñas cantidades.

Me preocupan menos los riesgos anunciados y sensacionales, más los maliciosos y ocultos. Temo menos al terrorismo que la diabetes, menos aquellas cosas que la gente suele temer porque son temores obvios, y más aquello que se sitúa fuera de nuestra conciencia y discurso común. Me preocupa menos la vergüenza que perder una oportunidad.

En cierta ocasión recibí uno de esos consejos que te cambian la vida, un consejo que me parece aplicable, sabio y empíricamente válido: 

Mi compañero de estudios en París, Jean-Olivier Tedesco, más tarde novelista, me dijo cuando me disponía a correr para no perder el metro: “Yo no corro para tomar el tren”.

Desdeñemos el destino. He aprendido a resistirme a correr para seguir cualquier plan preestablecido. Puede parecer un consejo tonto, pero funciona. En la negativa a correr para tomar el tren me he dado cuenta del auténtico valor de la elegancia y la estética en la conducta, esa sensación de ostentar el control de mi tiempo, mis planes y mi vida. Perder el tren sólo produce dolor al que corre para tomarlo. Asimismo, no ajustarse a la idea de éxito que los demás esperan de uno sólo es doloroso si eso es lo que se anda buscando.

Es más difícil perder en un juego que uno mismo haya planteado.

Desde la perspectiva del Cisne Negro, esto significa que estamos expuestos a lo improbable sólo si dejamos que éste nos controle. Uno siempre controla lo que hace; hagamos, pues, de ello nuestro fin.

Muchas veces me desconcierta que las personas podemos tener un día horrible o enfadarnos porque nos sintamos engañados por una mala comida, un café frío, un rechazo social o un gesto de pésima educación. Recordemos lo que decía sobre la dificultad de ver las auténticas probabilidades de los sucesos que rigen nuestra vida. Tardamos muy poco en olvidar que el simple hecho de estar vivos es un elemento de extraordinaria buena suerte, un suceso remoto, una ocurrencia del azar de proporciones monumentales.

Imaginemos una mota de polvo junto a un planeta de un tamaño mil veces superior al de la Tierra. La mota de polvo representa las probabilidades de nuestro nacimiento; el inmenso planeta sería las probabilidades en contra de éste. Así que dejemos de preocuparnos por menudencias. No seamos como el ingrato al que le regalan un castillo y se preocupa por la humedad del cuarto de baño. Dejemos de mirarle los dientes al caballo regalado: recordemos que somos un Cisne Negro.